31 de julio de 2015

LA ODISEA DE UN ESCRITOR (Monólogo)

─ ¡Que me vaya con mis cuentos a otra parte! ¡Me ha dicho que me vaya! ¿Pero, quién se cree que es? Ser el editor no le da derecho de tratarme como si yo fuera basura, aunque viva de ella. Me dijo que no le hiciera perder el tiempo y que saliera de su oficina antes de que llamara a la policía. No me quedó más remedio que salir de allí. Ni si quiera se tomó la molestia de revisar mis notas, mis preciosas notas. ¡¿Qué digo notas?! ¡Mi novela! Porque yo soy todo un escritor, aunque ninguno de ustedes lo crea, aunque me vean un poco despeinado, mal vestido y ojeroso, tal vez no tenga un olor agradable, pero, debo dejarles claro que ser escritor es agotador y te consume. Cuando la inspiración te llega, debes abandonar cualquier cosa que estés haciendo y atender el llamado, porque nunca se sabe cuánto durará la chispa.
Estas hojas que ven aquí, las que el señor "Don Editor Estrella" no quiso leer, las conseguí con sacrificio. No sabe él -y cuento con que lo ignoran ustedes también- cuántas latas debí recoger en la calle para ganar el dinero que me costaron. Y después de eso, cuántos botes de basura tuve que hurgar para encontrar periódicos viejos y ganar otro tanto con lo que logré comprar una pluma. Sí, así de difícil ha sido para mí. Pero yo no vengo con historias tristes, no estoy aquí, parado en esta acera, hablando en voz alta para conmoverlos con el increíble relato de porqué vivo en la calle. ¡No señor! Eso a ustedes no les interesa, y yo no tengo ganas de contarlo.
¿Que baje la voz? ¿Por qué debo hacerlo? ¿Por qué me tiene que preocupar el orden público? Estoy compartiendo con la buena gente que se detiene a escucharme, el injusto trato que me han dado, han despreciado mi novela sin siquiera darle una oportunidad. Han dudado de mi talento como escritor, sin siquiera haber contemplado mi creación, porque eso es lo que somos los escritores, los buenos como yo; creadores. Somos artistas, y los demás, los ignorantes, nos llaman locos. A mí me dicen loco y vagabundo, pero la verdad no discuto ninguno de los dos adjetivos, puesto que soy lo uno y lo otro, de cabo a rabo. Lo que para nosotros, los del gremio, es arte, para ellos es locura. Entonces estoy loco, demente, irracionalmente fuera de mis cabales. Señores, soy todo un literato.
Pero eso es lo que no me han dejado mostrarles, esos a los que quise compartirles mi creación, mi magnánima creación, me tiraron la puerta en la cara y me dijeron muy descortésmente, que no tenían tiempo para perder leyendo unas hojas mugres.
Muchos de ustedes se ríen ahora también, veo sus rostros y encuentro muchas cosas. Usted, por ejemplo, me mira con compasión. Usted, el del portafolio, me mira con desdén. La señorita de traje gris, es una de las que cree que desvarío. Y no los culpo, en verdad que no lo hago, ya que comprendo sus mentes y el débil alcance que tienen. ¡Pero no se enojen, si lo que digo es cierto! De no ser así, yo no estaría aquí ni ustedes allá. Mi historia es una grande, una obra digna de los mejores premios, y ellos la han despreciado. Yo vivo en la calle, como ya ven, y la calle vive en mí. Vive en mi cabeza, camino entre su asfalto y me alimento de ella. Todo lo que consumo de la calle lo convierto en letras, aunque no lo crean. Es una pena, una gran pena, que en estas hojas que sacudo aquí, delante de ustedes, estén todas esas letras y hoy las hayan mandado al carajo.
No se moleste en darme una moneda, señor, que yo no estoy mendigando. El dinero que consigo lo gano con esfuerzo. Si quiere, guarde ese dinero para cuando vea usted en un estante una foto mía en la portada de un libro. En serio, guárdelo. El que aquí, de los presentes, comparta mi afición, sabrá que no miento ni exagero cuando digo que este rechazo se siente como una terrible y descorazonada puñalada. He pasado horas, días enteros, escribiendo. Revisando una y otra vez mi manuscrito, puliéndolo y añadiendo detalles, ilusionándome cada vez que lo leía, imaginándome el rostro de cada persona que lo leyera, esperando que les agradase, y todo para que ni una ojeada rápida le dieran. Si, lo sé. Tiene razón, soy un completo desconocido, pero no por eso mis ideas son malas. No por eso no merezco una oportunidad. ¿O es que acaso los reconocidos no tuvieron nunca una primera vez? ¡Influencias! Esa es la palabra, esa es la razón de muchos, y no la mía.   
Pero no se preocupen por mí, amigos míos, que este no es más que un pequeño episodio en lo que será una gran historia. Esta no es más que parte de la trama, del sufrimiento del protagonista. Esto es sólo el argumento que enriquece la inspiración del autor, que crea los antecedentes del protagonista y hace que su final feliz sea mucho más que merecido. Cuanto con la suerte y la desgracia de ser yo el autor y el protagonista de esta historia despiadada. Por favor, no aplaudan, guarden esas palmas enérgicas, para cuando me encuentre delante de ustedes, orando algún discurso que lo merezca.
¡Adiós!        


Claudia Maestre.

Arte: Michael Duncan.

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