30 de julio de 2015

MEMORIAS TRASLUCIDAS

La escritura se detuvo, pero antes, una gota de agua cayó sobre la hoja, haciendo que la tinta que formaba una letra empezara a diluirse en el líquido cristalino. El escritor se dio cuenta de lo ocurrido y antes de arrugar la hoja para tirarla a la basura, prefirió dejar que se secara y abandonar la escritura un momento; empezaba a llover. Se levantó de la silla, cerró las ventanas de la habitación y con paso cansino se dejó caer en el sofá, mismo lugar donde por costumbre dejaba descansar sus penas y dolores.
Su mirada se quedó un rato en el techo, sus manos acariciaron su cabello lacio y escaso, dio un par de sonoros suspiros y su garganta carraspeó mientras cerraba los ojos. Otra vez, consternado, se dio cuenta de que divagaría en sus recuerdos. La habitación olía a madera vieja, hojas e historias tristes. El silencio que adornaba aquél lugar, fue interrumpido por la voz agotada del escritor:
-Después de una vida completa, con sus días y sus noches enteras, después de haberme roto el corazón, pretendo recordar que ya te olvidé. Que ya no fui más, esclavo de tus desprecios, y preso en el dolor de ver cómo me ignorabas. Por ti derramé días enteros, lágrimas en forma de poesía y lamentos en forma de canciones. Me hice poeta por ti, y todos los poemas, sin excepción, tenían tu nombre.

Su voz se hizo más fuerte, su declaración más decidida. El vacío y la nada acompañaban su lamento.

-Por Dios santo, ¡Todo lo que hice por ti! Y todo fue en vano. Mi juventud se fue tras tus faldas y mi ser completo se perdió en el encanto de tu voz, tu preciosa voz. Para mí, cada estrella en el cielo eras tú, cada gota de lluvia llevaba tu nombre, cada paso que daba era por ti y cada suspiro era únicamente por ti. Tenía tu nombre en mi boca, tus ojos en los míos y tu figura en mis deseos.
Lo sé, me quedé atrapado en los años, escribiéndote poesías, dedicándote canciones que se quedaban en mi mente y buscando siempre tus labios en otros rostros. Enloquecí de amor por ti, abandoné la cordura y me entregué por completo al delirio, a pensar en ti. Verte caminar era un sueño, y escucharte hablar era presenciar la majestuosidad de la naturaleza al crear un ser como tú.
Aún recuerdo aquél verano, tan intacto y vívido está en mi cabeza; estuve lejos de ti. La sombra infernal de tu ausencia me perseguía por todas partes y sentía morirme. No veía la hora de regresar, de estar cerca de ti, de poder volver a verte. Te me aparecías en las figuras de todos y volvías a desaparecer, era una agonía que cada vez me destruía con más fuerza. Ese loco amor por ti me consumía cada vez más. Para mí eras tan grande, tan divina y hermosa como cruel. Si, cruel. Sin pensar en nada más, sin decir nada, te fuiste. Te marchaste, dejando mi corazón atrapado en el dolor, sucumbiendo en la pena y la desesperación. Cantando inagotables canciones al viento, pretendiendo en el silencio que las brisas desordenadas llevaran algún verso a tus oídos. Dibujaba tu retrato en todas partes y te lloraba cada noche. Esperaba tu regreso, siendo consciente en mi desespero que jamás regresarías.
Mi corazón empezaba a secarse, y mi amor al igual que mis ánimos, se quedaban atrapados en él. Durante mucho tiempo te tuve en mi mente como una despiadada rompecorazones, que me había dejado con el amor entre líneas quejumbrosas, amontonadas en hojas de papel, que a veces iban al viento y otras tantas a la basura.

El escritor cerró los ojos; unas lágrimas resecas y moribundas rodaron por sus mejillas, para luego perderse en el cuello de su camisa. Entre una risa pobre y ahogada terminó diciendo:
-Tal vez habría sido diferente. Tal vez hoy no estuviera llorando sesenta años de amor y olvido, de pronto hubiera conservado mi corazón fuerte, feliz, con gratos momentos dentro de él. Seguramente algo habría sido diferente, si alguno de esos días en los que estabas, yo me hubiera animado a confesarte mi amor.




Claudia Maestre.


Arte: Michael Duncan.

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